Si queremos aprender a meditar necesitamos, por lo menos al principio, una rutina que nos permita hacer las tareas diarias, y a la vez recargar nuestras energías a través de momentos de práctica de la meditación. Al principio conviene hacer estas pausas por ejemplo cada hora, para controlar el flujo de pensamientos.

Así como una cuña en un curso de agua hace que la misma se desvíe, lo mismo hago cuando pongo un punto final a los pensamientos inútiles.
Al hacer estas pausas puedo llegar a descubrir que el caudal de estos pensamientos es bastante abundante. No tengo que preocuparme por eso. Para eso es la meditación. Es decir, para detener el flujo mental de pensamientos inútiles, es como poner una cuña en un flujo de agua y de esta forma redirigir el flujo de agua hacia el lado que nosotros queremos. El objetivo de la meditación es redirigir tanto como podamos los pensamientos hacia la experiencia de la paz y el contentamiento.
Con la práctica lograré llegar cada vez más lejos. La mente se va limpiando de pensamientos inútiles y el intelecto no tiene que pensar en cosas triviales y sin sentido. Es una disciplina de renuncia, es una renuncia del intelecto, para hacer divino a este instrumento. No se trata de ir a la montaña y alejarse del hogar y la familia, sino permanecer junto a mis hermanos los seres humanos allí donde me toque de acuerdo a mi papel en la sociedad.
Esto se logra con el esfuerzo de divinizar los tres órganos del alma. Es decir conectar con la parte más divina de mi interior, o más bien reconectar con ella porque esta es la experiencia original del ser lo que reestablecemos. El olvido de que el hombre no solo tiene un alma sino que es un alma ocurre en un momento específico de la historia de la humanidad.