Cuando venimos al mundo lo hacemos con nuestro máximo nivel de pureza, llenos de todos los recursos que necesitamos para expresar nuestro verdadero potencial ante este.
Previamente estamos en Nuestro Hogar. No es cuestión de paciencia, ni ninguna de las virtudes, cuándo estamos en el Hogar, junto a Nuestro Padre, porque no estamos experimentando ninguna situación en la que debamos expresar una virtud. Estamos en estado latente, en estado de semilla.

Estamos en una estado dónde el respeto por nosotros mismos sería innecesario, porque no estamos experimentando alguna situación que lo requiera. No somos desafiados.
No estamos en un estado en el que necesitemos ser humildes, ya nos inclinaremos ante el mundo con nuestra entera humildad, brindando nuestros dones a los demás, cómo un árbol cargado de frutos maduros. Pero no es este momento. Es el estado del descanso eterno. El cielo, el Nirvana.
No se nos exige ser sin temor, ya lo hemos sido, ya hemos atravesado el tribunal supremo, dónde hemos enfrentado la verdad de todo aquello que somos y aquello que nos faltó para expresar esa verdad en la vida práctica. Ya hemos experimentado el sufrimiento de tomar conciencia de no haber sido todo lo que podíamos ser. De todos los logros espirituales que podríamos haber logrado.
Este, el estado de semilla, en el Hogar, es justamente un estado de libertad, porque no estamos siendo atraídos hacia nada físico o mundano. Ni hacia nuestro cuerpo, ni hacia las relaciones de este, ni hacia nuestros amigos, hermanos físicos, ni siquiera hacia nuestros hermanos espirituales. Es libertad de todo aquello que nos tironeaba, de nuestro trabajo, de nuestra posición en el mundo, de todos los roles, de la forma y status del cuerpo. Somos libres de la acción, por eso es un estado de semilla. Sin pensamientos, sin palabras, sin acciones.
Un estado dónde soy por completo libre de preocupaciones, ya me he preocupado cuándo estaba en un cuerpo, y volveré a un cuerpo y a ocuparme de los negocios del cuerpo físico, pero una vez que atravieso el umbral que me separa de la conciencia del cuerpo, dejo de preocuparme de las actividades, del estado de salud de mis relaciones, o de cómo voy a cubrir las necesidades del cuerpo y de mi creación. Porque en el preciso momento en que nazco cómo un ser espiritual, muero a la conciencia de que soy un cuerpo y paso a ser sustentado espiritualmente por Mi Padre que está en lo alto, es decir, en El Hogar, que es también el Hogar del alma.
Tampoco necesito ser sincero, porque cómo estoy en la presencia de quién soy en verdad, hay una completa transparencia, soy un alma, un punto de luz incorporal, que brilla, junto A Dios, que también es Un Punto de Luz Incorporal, brillante, y estoy en un completo desapego, de esta forma soy paz en un mundo de paz… y silencio.
Lo bueno, es que no necesito esperar al juicio final para volver al Hogar, puedo experimentar, ahora, todavía en la forma corporal, el silencio y la paz completa del Mundo de las almas y De Dios, El Padre del alma y así aflojar las ataduras del mundo físico, incluyendo en cuerpo, y así tomar las decisiones correctas que acercarán más a una vida dónde abundan los frutos que acabo de mencionar en este artículo y más.