Si nos sentimos solos, seguramente es porque nos hemos alejado del camino recto. Dios quiere vernos felices, pero de acuerdo a la ley de causa y efecto experimentamos la misma calidad de energía que damos.

Él respeta nuestro libre albedrío porque es así como tiene que ser. Si no fuera así nos sentiríamos infelices porque no podríamos actuar con libertad y estaríamos obligados a actuar de una determinada manera. Pero la verdadera libertad, es decir la libertad de los hábitos y los vicios, requiere de un esfuerzo constante que consiste en prestar atención, pero sin tensión, para esto sirve la práctica de la meditación.
Una vez que he identificado cual es el curso de acción idóneo, me pongo sin prisa y sin pausa a actuar de acuerdo con los ideales más elevados que descubro en la meditación (amor, paz, justicia, libertad espiritual, etc.). Lo que pasa es que en el fragor de las situaciones nos olvidamos de actuar de acuerdo a estos ideales y actuamos según hábitos adquiridos que son malsanos (inseguridad, temor, etc.).
Estos hábitos se mezclan en nuestro interior y nos dejan la cabeza como una coctelera. Generalmente están mezclados con alguna forma de negatividad o más bien de debilidad que nos hace actuar sin pensar.
Estos hábitos generan tensión en nuestra vida y ni siquiera nos damos cuenta de ello. El remedio: poner un punto final al pasado y concentrarnos en nuestras fortalezas a través de la meditación.